LA MUJER DE HELIO

LA MUJER DE HELIO
Dina Bellrham

sábado, 19 de noviembre de 2011

XII (LA BOMBA ESTALLÓ)

Mi rostro gira en la esquina y se estaciona en la vereda de las colillas. Hemos fumado demasiados trajes y Baco está hastiado de golpear el epigastrio. La cruz a cuestas, mamá en el calcetín. Hemos destruido el castillo de naipes y su puerta acuclillada en nuestras muñecas. Cómo si la farmacodependencia tuviera pestañas, pupilas, articulaciones. Nos quieren separar desde el útero, se fuga el helio mientras lloramos. Esas piernas que caminan sin nosotras, inventando la piedra, la caída.
Aunque la hecatombe susurra en mi antebrazo, y los muebles hablan y se espantan de ver mis muñecas perforadas, la sombra sigue igual, mordida en las sienes. Nuestro hipogloso recibe la lluvia de mayo, y nos decimos escaleras canosas.
Madre, locura de abril, insomnio, vagina mutilada, entender que somos dos los vástagos que pariste es un precipicio. Decirte que no amo tus ojos cuando se estacionan sódicos en las esquinas de nuestros abrazos, suplicarte que sueltes mi fémur, que me dejes las rocas en los bolsillos mientras asiduamente me doblo, me hidrato, me atavío de piélago. Mamá, soy libre desde que los duendes me mutan en sílabas y abro mis piernas para que los dedos coagulen la torre.
Esas gotas regordetas en la ventana de mi cuarto, los picos intentando cruzar los vidrios, las cortinas tapando el sol, vos a las 8 a.m. con el vaso de hierbas, brujas, santos, y la pastillita que me hace coser las pestañas, ¿pero sabes? ya no viajo, y en las costillas tengo islotes, la costumbre de hacerme hormiga y esconderme entre el césped que hay entre los besos de frente de mi padre y los retratos de verte huérfana en el humus engendrando heridas, puertas, culpa, ¿y yo?, yo sigo pendiente del botiquín de casa, de las armas blancas, reciclando heridas, portazos en el pecho, catres, lágrimas.

Derechos Reservados © Dina Bellrham

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