LA MUJER DE HELIO

LA MUJER DE HELIO
Dina Bellrham

viernes, 18 de noviembre de 2011

II (LOS AMANTES)

El novio tiene miedo, hay helio en el cuerpo de la mujer que lo acompaña y lo oculta en sus rodillas. Hay matorrales en sus huellas, los pies fríos y el corazón de semillas. El novio la mira como un planeta de uñas, de lenguas extrañas, de rostros cosidos, de labios mordibles a vicios, de trenes, rocas.
La mujer de helio siempre busca al niño en las noches, cuando el perro duerme con las patas al cielo y el rabo al infierno. Las manos deambulan por la metrópolis de calles amputadas y veredas diminutas, simulan una araña escapando de una mosca —las sombras alteran la realidad—. El novio y la mujer de helio sonríen, besan sus tobillos; ella le dice que el mundo es una alfombra innecesaria (ella piensa en sus venas, cierra los ojos, aún están), se decapita antes de exponerse a calles desoladas, arranca la boca del novio y se la guarda para estrujarla en la casa de cinco pisos. La mujer de helio se desnuda al llegar a su cuarto, apaga las luces, llora dos vasos, maldice el catre vacío. El novio sólo es novio cuando se le llenan los ojos con helio. Desde ahora, ella en su casa y las alabardas, y él metido en su sombrero-refugio. Hasta el próximo encuentro. Cuando es tarde para la mujer de helio, cuando se ha tragado un pájaro erecto.
El novio, la mujer de helio, los cuerpos, las manos, el silencio, el mundo que hay en ella, sus ganas de abrirlo y de huir. La mujer de helio engulle al novio cuando no existe.

Derechos Reservados © Dina Bellrham

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