LA MUJER DE HELIO

LA MUJER DE HELIO
Dina Bellrham

sábado, 19 de noviembre de 2011

XXVII (EN CASA)

Ha vuelto, pero está rabiosamente mohína: llamemos a la farmacia, urjamos los brebajes y alfileres. En volteretas tramemos la huída del pez en su estante de adorno. Aerobias eternas nos han cosido los sueños al piso. Reos y genes circulan en nuestro tálamo, yo vivía en el estómago de los retratos, y en la víspera de las esquinas, me vestían con el cuerpo de una mujer canguro que tostaba su frente en la desidia. Era murciélago anémico, sin capa. Es notorio cuando vuelves y las muñecas crepitan, sueltan sus gritos de péndulo, de antaño. Ambas, locura y helio, talamos árboles, y reforestamos lágrimas. Se hace tarde en las palabras, las estaciones se dejan meter manijas; pero nosotras vamos por el orbe masticando las horas y cada vez hay menos niñas que violar, todas van creciendo y se vuelven ninfómanas.

Derechos Reservados © Dina Bellrham

XXVI (UNA MENTIRA)

Mi hemisferio es ovoide con tendencia maníaca en sus polos. Falto de puertas y excesivo de espejos porque necesito multiplicarme, sobre todo para abrazarme y sentirme protegida cuando los inquilinos hacen sus barahúndas. Odio las voces que viajan recolectando dientes o colocan luces en las horas de furia. Me quieren poner un columpio en medio de la sala, justo donde está Ella.
Ayer me observaba aterrorizada mientras jugaba con el hilo que la sostiene. “¡Estamos árboles!, pero de estáticas”; y yo abría mis piernas para callarla. Estamos mudas, viciadas, no somos nada. Siempre fui sola, y me inventé a la otra para culparla de loca, a veces quisiera ser ella, una mentira.
La mesa rebosa de frutos y tengo hambre.

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XXV (AUSENCIA)

Mis versos eran una mesa quirúrgica. Repartía incisiones desde el manzano. Los bisturíes hacían sus barahúndas proletarias y pedían un día de guardar. Yo azotaba sus filos a mi vientre hasta quedar vacua, bífida.

Ella compartía sus escombros, su fuente de anélidos, su melancolía flotante.

Hace tanto que no mastico su sexo ni violamos muñecas. Ya no vendrá, he destruido su templo, los gritos son ramas fibrosas, marcas —putos jeroglíficos— sin esputo. Los tranvías Mujer, ¡los descarriados caminos relinchan polidipsicos! Solía construirte las palabras náuticas desde mis carriles. Cuando era tripas y tu voz recóndita me acercaba a los sismos.

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XXIV (ESTACIÓN I)

la muerte se muere de risa pero la vida
se muere de llanto pero la muerte pero la vida
pero nada nada nada

Alejandra Pizarnik


Había olvidado el rostro en la ciudad de mi infancia, mientras tantas plegarias transitan esófagos y nos mentimos todos a corto plazo. Mi cuerpo tartamudeaba al compás de los voltios; ellos no hablarán jamás de la sordera lúdica en vientres y báculos, ni de la lluvia que fermenta el grito acunado en las camisas de fuerza.
Habrá miedo en los inviernos y la cosecha contemplará hambre mordiéndose los dedos. Cada tanto mi cuerpo reposará en las sogas, sepultará verborreas, andará descalzo, camuflará su mandíbula de hiena, cada tanto, el edificio sin orejas me alejará del helio de los suburbios.

Y otro tanto, volveré al caos disfrazada de cordura, a vomitar el irrefrenable silencio que me dejan las palabras.

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XXIII (REJILLAS)

♫Don't let yourself go,
everybody cries and
everybody hurts sometimes♫
R.E.M.


Cuando la gula venga a la dentadura de nuestro hogar, no le tientes tus manos, puede devorar los mapas de las plegarias de Júpiter; y la discordia entre los palillos de muelas disculpar el vacío de los hijos de la madrugada. Cuando sea histeria y olvide la rotación de la cordura en mis voces extraviadas.
Ese momento, será mutismo y cobardía, pues las sombras se irán dispersando por los huesos, y querrán regresar a la fosa común de los destrozados, porque cuando hubo luz, el hombre se dio cuenta que la oscuridad existe y mata, gobierna y tala los troncos llenitos de eutanasias. Si comparo a la hormiga que comí hace media hora y los loros proclamando sus cánticos predecibles dentro de sus jaulas de piel de viejas regordetas y anacrónicas; la hormiga le viene bien al gástrico reposo de mis muslos. Si permuto mi cabeza con el amor inexorable de los padres-tierra, tal vez salve alguna meninge, tal vez siga fecundando sin erección de la multitud, mi calabaza llena de botones; mi animosa mandíbula de Minos. Todos construimos la desgracia donde gritamos protestas insanas. Nosotros, el odio, los eslabones de la sociedad.
Si el del penthouse está sólo con el frigorífico lleno y la nostalgia vacía de tanto darle vuelta como un vaso de licor donde Baco nos degusta hipotálamos, delirius y el reflejo pagano de una lámpara en las mesas. Prefiero al mendigo que une el calor de los cuerpos, que remeda un calzoncillo desgastado y nutrido de espermas, prefiero la nostalgia frente a una boca enlutada, y las caricias recién nacidas en los tachos de la lujuria. Somos pecado e inocencia, maldad y honestidad. Y todo el mundo sufre, a veces.

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XXII (HELIO Y CARNE)

Veo omóplatos y vértebras, tu mialgia desde los péndulos, imposibles, entrenzados, nicotinizados. Soy la mujer que levita en las noches blancas, en las sinagogas de los desnutridos, en las frentes de los mártires. Tengo pulgas que deambulan en mis goteras, a cuatro ruedas siempre, a decibeles neuróticos. He fumado el alma de mi sangre a punta de catéteres. Pero esta nínfula de cuerpo histriónico ha marchitado su vaivén necrófilo.
En las tardes me raptan a iglesias, colocan crucifijos en mis senos, como si fuera Sodoma o la codicia de la siembra en los inviernos. Somos dos úteros en las alcancías de los niños que hacen malabares en las calles. Somos, y no dejan que la gula se injerte en mis encías. Todos, inclusive tú, pretendes que ella salga de mi garganta. Imposible dejarme huérfana. Soy el helio. Soy la sombra de su sombra. La podredumbre lógica del matemático. Las dos hemos vivido juntas desde que vimos la oscuridad cuando gemimos al final del túnel, allí en esa vagina mutilada, bendita.

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XXI (PLEGARIA)

No soy dueña de mis pulgares. Hágase tu voluntad madre tierra porque me das de vestir y comer cada día. A veces quisiera morir de frío y gritar de hambre. Hágase tu voluntad vientre caducado, estás formando la madera de mi caja de fósforos. Hágase tu voluntad piedad de todas las piedades, sigamos en nuestra juerga, que mientras intentas salvarme yo me tiro del quinto piso. Hágase la bilis en mi lengua, pero calle las traiciones de las rejas. No soy dueña de este cuerpo, siempre ha sido tuyo, desde el ojo descarriado hasta los pies faltos de raíces. Hágase tu voluntad porque me pariste. Yo me coloco de pie, mientras me das la corbata y tus miedos. La suma de genes me hace ser tú. Y ya me cansa ser migaja. Me desprendo de tus elegías, respeta las marcas de mis manos, que serán la colección en los tiempos de las vacas flacas.

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XX (LA CASA DEL BRUJO)

“Se llamaba Soledad y estaba sola”
Joaquín Sabina


El helio no basta en los dardos hacia la cruz. El brujo sacrifica su miocardio y en la fase REM Satanás le reclama sus desventuras.
Los hombres de palabras esnóbicas viven en una sucursal de manicomios y mandiles. No importan ellos, ni la hiena triste que sucumba en mi lengua. No vale colgarse antes de tiempo como péndulos de mercado. Mi cuerpo reposará en los lagos de sus pómulos, hasta que la vena estalle cercando los nervios. El problema de querer morirse es que ella hace caso omiso a los desventurados, cómo un niño malcriado que destruye las ruedas de su ferrocarril-alma. El problema de la locura en los puños no es el Parkinson retrógrado, ni mi madre multiplicada en los estanques, la problemática está en los cuernos del que pretende venderme cual periódico en las esquinas. El hastío es mi estómago y su complejo de piedra, su mofa a mi tiempo de cigüeña en las farmacias, las sobredosis sirven de abrigo, y el invierno se masturba con las cicatrices en las muñecas de esqueletos sobrepoblados de tuercas.
La muerte se divierte viéndome morder uñas y coleccionar ósculos beodos en los cajones. Ella sabe del monstruo que vive en mis lunares. Cercarla siempre ha sido mi cigarro luego de perforar mis sueños. ¿Y qué son los sueños sino la codicia del Yo en la penumbra? ¿Y qué son las manos sino alas atrofiadas? ¿Y qué son los seniles gesticulando culpas en la casa de piedra del descalzo, sino el tiempo caducado en sus arrugas, el arrepentimiento de haber sido herejes una mañana en los retratos?
Hay mutismos en mi cerebro. La raíz se pudre. No sirven las calorías de los que rodean mi ventana. Ellos no lucharán por mí, la dueña de los gritos abandonó el color de los árboles y el suspiro de los dientes desgranados del maizal. ¿Y qué, si prefiero aguantar el oxigeno en los alvéolos? ¿Y qué si quiero decir adiós? Pero ustedes me atan a la gracia de vivir desgraciada, lírica, poseída de nínfulas, derribada en el catre sin poder atrapar al Hades de las veredas.

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XIX (LOS PRINSAPOS)

Los de piernas largas y voz de saurio siempre han tenido una severa parálisis del nervio hipogloso.
Desde que vi su fémur sostenido de placentas supe que sería un peligro saludarlo desde mi ventana. Prefiero anunciar las sílabas con las pestañas, porque las cuerdas vocales se condensan en eso que llaman motor de esnobismos. Debería haberle roto la boca con la mía antes de que empiece su monólogo de hemodiálisis. Debí callar sobre todo, y colocar mis manos en su mandíbula de unicornio. Debí lamerle las heridas y no pretender ser el presbítero pedófilo que absuelve mentiras.
Caí de bruces ante sus ojos repletos de espectros. Rompí mi diplomacia feminista de esperar las mallas en un corcel. Porque yo soy la clara del huevo roto: viscosa, suave, desagradable al paladar blando; por no poseer los condimentos extremistas, artificiales, arrogantes.
Apresuré el silencio y mientras tocaba mi luz, mi parkinson cupidiano hacía juerga en mi dermis.
Resulta que soy el dragón de los cuentos, como el moho de las piedras que las vuelve patéticamente sensibles.
Incompatibilidad de sonidos y afeites, ambos como lobos cuidando nuestros reflejos, y sin darnos cuenta que rompíamos la única vajilla de la casa. Nos quedamos sin platos para las visitas.
No entiendo ese vicioso complot de pescar en las tumbas de los antros a las niñas que ríen como hienas prendidas a sus tacones de agujas, que sueltan sus atavíos como globos de cianuro, que amanecen en diferentes catres, en diferentes días. Y ellos, las llamarán intensas, y se taponarán los oídos cuando las Venus marchitas intenten pronunciar un terremoto.
No puedo diferenciar entre mi primo de cinco años y los hombres que rozan mis labios, tal vez el tamaño ayude a mi diagnóstico. Ustedes machos de las pólizas de bancos.
Sería pedir demasiado que callen los signos de interrogación, que rasguñen los protocolos, que revienten mis músculos con los suyos.
A ellos les gustan las mujeres libertinas o divertidas, que se mofan de la mosca que se estaciona de retro en su copa de excusas, y que luego llevan a sus lenguas sin darse cuenta que han cumplido el ciclo biológico de un insecto.
De nosotras, las medusas, no huyen; simplemente lanzan llamas e intentan incinerar nuestras alas, nosotras las que pronunciamos oníricamente los besos y los damos cuando la noche muere en brazos del día. De repente te vi, y quise ser alcanzada, quise no ser exiliada, que me des manos o uñas, que no abandones mis articulaciones en el abismo. Porque el cerebro y los cariñosos golpes de espalda que tatuamos en sus pupilas midriáticas, no son peticiones de rosario, son gritos.
Ustedes, tú, ya deberían estar sordos de tantos colores que expandimos en la atmósfera.
La manzana está en mi boca, las otras están bailando bajo mis pies, rezando sus elegías ofídicas. El pecado original proviene de la boca, de la palabra que ruge ante las montañas, esa voz que atrofiaste junto a mi lagrimal.
No me dejes caer, ni fecundar orgías, ni devaluar mis dientes. No dejes ir a la que te ha brindado la ruleta rusa de sus ánimos. Yo la de sonrisa innombrable.
Desde el orificio de la puerta espero que decidas hacer puño y rozar la cajita de música donde lluevo con techo, donde asesino mi reflejo, e intento no volver a destrozar tu columna de juguetes. Ando circulando entre tus plaquetas y dolor. Tu boca tiene el dolor más hermoso del mundo.

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XVIII (RESACA)

Fuimos la saliva entorpecida por las rocas. El hambre acumulada en el minuto del postre. Recolectamos los frutos que descansan ebrios y deformados bajo las paredes. No somos lo que pretendemos, ni la bacteria que devora las heridas. Tal vez pensabas en los suburbios mientras edificabas tu lengua en mi garganta. Somos el exilio y la cordura colgada de un árbol. Los trozos de niños aparecen después del navío. Abrimos la sobriedad de la ventana. Y seguimos buscando la rana en nuestros días. El exceso te vuelve príncipe, y a la mañana siguiente, hechos calma y culpa, tú acostumbrado a las islas remojas mi nombre en la cicuta. El sol te silencia y aprendes a desnombrarme.
Nosotras contrarias a tu memoria, amanecemos con el helio petrificado en los labios. Cansadas de ser el reloj de los llantos. Podridas de ser la miopía de los esqueletos. Mordidas por tu nostalgia etílica. Hechas migaja en tu bastón. Nos hemos convertido en la noche de tu hecatombe. Hemos sido el momento de la hambruna, un parpadeo.

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XVII (POST, POST, POST... INTERVENCIONES BÚRILICAS)

Si ya mi tráquea ha sido violada etcéteras de veces, ahora temen que no sea capaz de atravesar un ofidio en la garganta de algún cuerdo en mitad del quirófano.
Ella se torna histriónica, ladra, espumea bilis frente a su placenta. Asesina los cortocircuitos de las alacenas, y cada gota que derrama del techo-córnea al suelo-mejilla ebulliciona, no llena la copa de Átropos. Aguantar los riñones pupilares es caer de narices a la diestra de mi cruz. Si la vieran reposar en el aire mientras circulan sus sienes en un pentagrama cualquiera. Si nos vieran desnudas saltando como átomos dispares, el vaivén del parapléjico, nosotras acariciando amuletos fallidos, fermentado arañas en mis uñas. ¡Oh, si contaran los lunares del oxígeno mientras invento orgías en mi Aquiles!
Hay tantos árboles durmiendo bajo periódicos, virutas en el césped. Nosotras seremos sus madres, aunque el blanco no va con mis muelas, mis manos otorgarán injertos para seres asinápticos de carnicerías fotografiadas; y al final del día valdrá la pena eso de fabricar narices y bocas a mis llantos, a esos, los mismos, que duermen bajo periódicos.
¿Temen?, si las dos ramas se aman más que cualquier fruto que ha dormido en mi sur.

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XVI (DELIRIO EN DO MAYOR)

Se me duplicó el corazón esta madrugada, parece que mis senos quieren salir huyendo a la dentadura del abismo. Prematuro el riñón de mis ansias, mal acostumbrados a filtrar todo lo que hiede en los columpios de los parques. Hasta la boca se hace nido en un árbol de cemento. Nosotras que hemos fermentado las rodillas en el césped. Tú hambriento de fémures. Otro extraño se asoma a nuestros muslos esperando que las cortinas se abran y la humedad se cuelgue de los puentes. Me canso de lamer caries en busca de palabras, de este esqueleto que deambula por tu sombra antes de hora, antes de morder tus bronquios y hacernos cúmulo en el éter. He vuelto a sacar las muñecas, ataviarlas de orgasmos. En las esquinas de las lápidas están nuestras manos queriendo ser cuchillos, reales.

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XV (RECREO)

Mujer, reconozcamos que la muerte en comprimidos a veces viene caducada, comprendamos que enterrarnos alfileres en las alas no frenará el irremediable orgasmo de oreja que nos dejan los de abajo. Suficiente el complejo de ciénaga. Aunque sigamos solas y con la sonrisa en armadores, sabes que el recreo ha llegado, mejor salgamos a buscar lobos en las braguetas de los bosques. Si amar nos toca, arrancaremos el corazón de raíz. Porque eso de lenguas y saliva no va con mi peinado, ni con las sillas de mi nueva alcoba. Tanto miedo que me dejes consumada y esparcida en el smog del orbe. Porque no somos el desayuno del banquero, ni la madrugada del obrero. Mujer, divorciemos los instantes de vaivén, que la mano puede más, desde que nos dieron una costilla de pescado, desde que nos arrancaron del árbol y mordieron la mitad de nuestros pasos. Dopemos a los payasos milenarios, ilesas nos dicen porque los miembros están complejos. Caprichosa nos lamentan porque consumimos el falo más huraño. Mustias nos declaran, sólo porque la palabra regurgita sin pentagrama. Ni la droga, ni los besos de Mefistófeles nos salvan de ese túnel retrógrado que nos pronuncia con sílabas epilépticas. Tenemos que ser fuertes, porque tú mujer, si nos tiembla la ironía de ser mundanas, siempre has tenido el arma en tus encías como plan B.

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XIV (DE TÍTERES)

Es linda la muñeca de trapo, con su cabello sangre barroco, y sus flequillos tan cortos como su voz en las catacumbas. Ella es buena, come y gasta lo indispensable. Yo le amoldo la sonrisa cada alba, le muevo los pies y camina de mis manos que articulan sus zapatos aferrados a sus pies como un injerto de silla que descansa, que es reloj, portarretrato, florero. Ya me duermo, así distante y no amada, porque nadie ama una lágrima que se reproduce como los peces y panes de aquellos días cuando la inocencia circulaba por el aire y se cortaba medio centímetro de ala cada madrugada. Soy la culpa de los hijos de Eva. Porque la tristeza es grande en los párpados, y sólo queda llover, cuando hay tantas manos que me arrastran a la orilla mientras maldigo mis bolsillos con piedras y el oxigeno que perfora mis agujeros. Qué más queda que ser el maniquí que muestra colmillos, muslos, alevosía. Qué bien se torna todo fuera de la vitrina. Pero dentro de esa urdimbre y mi vestidito rosa y zapatos, y las tripas de algodón, algo se pudre, algo es despoblado de nubes. Yo muero, y esto que escribo es una sopa de largos ojos pestañeando blasfemias. Soy la muerte de mis padres. Qué pretenden regalándome sus guantes de hule, sus ojitos tecnicolores. Sigan, sigan manipulando mi esencia de retazos, dibújenme gestos, invéntenme la voz. Vivan en mis húmeros

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XIII (DECADENCIA)

Es inaudito que en esa caja de zapatos no entre mi dedo gordo por consumo excesivo de oxigeno y no de gusanos. La mujer de helio ahora es una lamparita de tocador, las hienas le dicen que vino al mundo con un plan. Todos me piensan agnóstica por creer en la muerte tanto como en las lenguas que han pasado por mi boca. Si nos preferimos rotas y desnudas, ustedes botones óseos, qué pretenden colocando mugre en las rodillas. Soy lejana, y qué más da si esto de respirar me vuelve modelo de Botero unos microsegundos, si es tan simple que prefiero la disnea de las sobredosis. Y me resguardo por inercia en las sábanas… (hace frío en mis pies).
Hay costales de palabras fermentadas en las puntas de los pulmones, carbónicas. Preferimos estrujarnos. ¡Ay mujer vente a mis muslos a dormir como un edificio!

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XII (LA BOMBA ESTALLÓ)

Mi rostro gira en la esquina y se estaciona en la vereda de las colillas. Hemos fumado demasiados trajes y Baco está hastiado de golpear el epigastrio. La cruz a cuestas, mamá en el calcetín. Hemos destruido el castillo de naipes y su puerta acuclillada en nuestras muñecas. Cómo si la farmacodependencia tuviera pestañas, pupilas, articulaciones. Nos quieren separar desde el útero, se fuga el helio mientras lloramos. Esas piernas que caminan sin nosotras, inventando la piedra, la caída.
Aunque la hecatombe susurra en mi antebrazo, y los muebles hablan y se espantan de ver mis muñecas perforadas, la sombra sigue igual, mordida en las sienes. Nuestro hipogloso recibe la lluvia de mayo, y nos decimos escaleras canosas.
Madre, locura de abril, insomnio, vagina mutilada, entender que somos dos los vástagos que pariste es un precipicio. Decirte que no amo tus ojos cuando se estacionan sódicos en las esquinas de nuestros abrazos, suplicarte que sueltes mi fémur, que me dejes las rocas en los bolsillos mientras asiduamente me doblo, me hidrato, me atavío de piélago. Mamá, soy libre desde que los duendes me mutan en sílabas y abro mis piernas para que los dedos coagulen la torre.
Esas gotas regordetas en la ventana de mi cuarto, los picos intentando cruzar los vidrios, las cortinas tapando el sol, vos a las 8 a.m. con el vaso de hierbas, brujas, santos, y la pastillita que me hace coser las pestañas, ¿pero sabes? ya no viajo, y en las costillas tengo islotes, la costumbre de hacerme hormiga y esconderme entre el césped que hay entre los besos de frente de mi padre y los retratos de verte huérfana en el humus engendrando heridas, puertas, culpa, ¿y yo?, yo sigo pendiente del botiquín de casa, de las armas blancas, reciclando heridas, portazos en el pecho, catres, lágrimas.

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XI (ATADAS)

Me llaman cansancio:
Llevo horas arrancando hojas de mis pies, buscándola. Ella duerme en las cloacas, en las faldas de las putas, en las damas de casas aglomeradas de muebles. La observo atada de hálito en la intemperie de falanges, en las raíces de mi estómago. Somos un sólo músculo agrietado en las paredes.
Las pastillas hacen fila para sucumbir a mi garganta. A veces pensamos que es el fin y sonreímos de muelas. Me nombran sufrimiento como si mi lengua fuera el hielo de los vasos. Entonces el alba se convierte en precipicio, me aferro a ti mujer de helio, nosotras las insurrectas, las alevillas que se incendian en las lámparas. Porque nos gusta eso de cazar ascensores, de alejarnos de ellas que duermen asténicas, que nos resguardan el reflejo, que nos prefieren mundanas, insómnicas, vivas.
Dime mujer: ¿qué hacemos ahora con tantos cuerpos violando nuestra cúpula? Con este orbe tan cuadrado de mente, con esto que ya no es mío, nuestro. Con los niños y sus llantos oxidados. ¿Qué hago conmigo mujer? Si afuera la cinética corroe mis huellas, si los miro de fondo, si de a poco me coso los ojos. Si el sol se me ha vuelto hipocondriaca. Y el amor, aquel pseudo-dios, terminó de digerir el hambre de mi entrepierna.
Me llaman cansancio, sufrimiento, y a veces doy lástima a los perros.

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X (DÍAS DE CAOS)

En medio de las piernas no está el amor de los niños, ni la dentadura de los ancianos. Mis senos no son tu madre resucitada del calendario. La espalda no es el sismo donde mueren los árboles. No soy el hambre de una lámpara. Soy ovarios e intestinos. Costal de huesos y sinapsis. Me olvido ponerme los pies. Me corto las venas. Juego a contener el aire debajo del agua. Sepulto arañas en cajitas de fósforos.
El helio no son los grados bajo cero. Si te arranco los ojos no es por cultivar costumbres, me faltan los lentes subterráneos. No rompas el hilo. Ni las burbujas en la superficie del vaso. A veces las flores en cubículos me conmueven. Amo el olor de las plantas muertas, huelen a libros viejos.

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IX (MUÑECAS MUDAS)

Hay princesas en la alacena de la casa carente de espectros. He visto sus faldas cual campanas de iglesias marchitas, retumbando pentagramas prolijos en su vientre pueblerino. Mientras el agua inunda maceteros, las princesas salen a buscar dragones alopécicos. Les pesan los kilos de tela en sus entrepiernas, sus alarmas pudoríficas en los pechos.
Cada madrugada cuando todos duermen (incluso yo), salen a observar a la mujer de helio que posa desnuda frente a un lavabo, tiene el arma entre sus dientes, tiene dientes en sus muñecas de espantapájaros , hay planetas mientras sus pupilas se cuartean, le crecen alas en los vocablos, le caben litros en las palmas, se condensan, los ultraja. Hay atardeceres cuando deshabita el mundo. Odio verla, no me escucha cuando disparo plegarias en su lengua quimérica.
He despertado. El sol regurgita su grito de fotones. Mis muñecas están rotas. Hay murciélagos en el techo. Ellos fueron. Ellos bebieron los relámpagos de sus rizos. Mis muñecas se han quedado mudas.

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VIII (AUTONEGACIÓN)

Sí, seguro es el calentamiento global, la coca cola hervida, la estrategia planetaria, el cosmos, la bruja de los ojos color culo-de-botella, tal vez el tercer pie que besó la cerámica, la eyaculación precoz del cielo, las cigüeñas; sí es eso seguro. Porque imposible que ahora de gusanos viva la aorta, imposible, es ridículo. Todo lo que siento es ridículo.

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VII (AGORAFOBIA)

Léase como ferrocarril andando.

Hay demasiados esqueletos caminando a mi alrededor, no me dejan llorar. Me encierro en el baño, desnudo el riñón, simulo lo indispensable. Lloro. Maldigo. Lloro. Doy círculos. Me desesperan las voces que me dicen “tírate”. La mielina es un fantasma en mis axones vagabundos. Me marchito. Necesito escapar. Muerdo mis uñas. Hay sangre en mis ojos de insomnio. Me arden las ventanas, las puertas. Hay cordura en mis labios. Hay humanos, demasiados humanos. Cerebros, fábricas. Quiero huir. Debo huir. Las farmacias semejan una juguetería, amo las farmacias, compraré muchos juguetes, dos muñecas para romperles la médula, engendrarles dragones en sus faldas carnosas. ¿Por qué no soy como los esqueletos ambulantes? Hay felicidad insecticida en sus vientres, flores, oficinas, anteojos, carteras. Nunca entendí esto de usar tacones y periódicos. Es tarde; el día cumple su meridiano de lámpara. Es tarde. Debo cancelar la cuenta de la caja electrónica. Sonreír, porque se notan las lágrimas, obligar a las plantas a vomitar huellas. Buscar el baño. No deben verme. No hoy que me he sacado la máscara de gente.

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VI (BILIS)

¡Cómo si no tuviera antenas en la espalda! Me pasa por sacarme el chaleco anti-dagas. Por sembrar piedritas en el riachuelo, por confiar como siempre en que la mierda vuelve al humus. Y después reclaman la inconstancia de mis pies en el concreto. Debo arrancarme las lágrimas y la bilis del ánfora. Aún no me acostumbro, retorno al hueco, al fantasma. Me entretengo derramando sangre por los orificios de los orificios, por los que me llaman desde un tumulto de tejido fibroso y mal oliente. El pulso, su tic-tac como relámpago me restriega vida, me llena los pulmones de oquedad, me hastía. ¡Cómo si no fuera la mujer que te crece en los omóplatos! ¡cómo si una migaja te bastara, cómo si no supieras que me evaporo sigilosa, que sólo duele el inicio, que siempre escapo a suicidarme a mis tumbas, que me saco los huesos, que muerdo mi lengua, que purgo las arañas de mi vientre, ¡cómo si fuera de piedra! Me pasa por jugar a ser humana.

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V (LA CUEVA DE B)

B desempolva su dentadura, enjuaga los ojos y disipa sus falanges. B se mira en el espejo de ella y le coquetea con una gillette. Besa su impotencia. Abre el armario y se coloca un cuerpo al estilo Botero, amarra su miocardio junto a la corbata, se calza unos pies de jueves aunque sea martes, afeita sus pestañas y se inventa la miopía.
B es un San Francisco moderno que usa lenguaje coloquial, juega con los burgueses y le hace preguntas que no tienen respuestas. B sonríe desde las tumbas. B tiene migraña en los talones.
La mujer de helio visita su tempestad y se infla. Coagula las pupilas y ríe gotas. Ambos beben su dolor en copas saturnales. Se injertan silencios en las uñas. B tiene a la bruja de la hambruna junto a su tálamo, ella muerde su esqueleto y colecciona las burbujas que B fragua en la bañera. Le importa poco que no sea ella el residuo de los besos. Le importa un carajo que la hornilla esté abierta y ella le tiente a encender un cigarro mientras soporta el peso de los suicidas en sus bronquios.
B no entiende la sonrisa chueca de la mujer de helio, ni la alcanza cuando viaja al caos. B acaricia las teclas de sus muelas, inventa orgías en el invierno de un pedazo de pentagrama. La oscura lo mira y se irrita, me escucha y me empuja a su puerta apolillada.
B siempre quiere exiliarse aunque haga prometer al helio que abrace el cordón umbilical con rabia y garras. Se llena los bolsillos con mafaldas, dice que las piedras pasaron de moda. Cocina, entrevista, canta, escribe, hace de todo, pero el grito de la encadenada es más fuerte que el ferrocarril de sus ansias.


La sonrisa gastada de B, firma autógrafos en las veredas. Al terminar el sol, B se mofa, de los que lo piensan feliz, radiante. Antes de dormir escoge el cuerpo para el día siguiente. Es afortunado ha conseguido los mejores disfraces como para no repetir ni uno sólo en la semana.
B, ¿Por qué el imperio de tus raíces comulga gusanos? ¿Por qué me lanzas la verborragia de las flores y los insectos, si tú estás en primera fila lanzando veneno a tu tranvía?
B me lee, en este momento. Y me manda a la mierda mentalmente, paraliza su latido y me dice: no jodas que el vino está entero; debemos terminar lo que empezamos: aprender a morir bien cada noche, aprender a nacer mal cada día.
B, yo también soy la bruja del lunar viscoso. A qué no sabes donde conseguí los atavíos de mis huesos, a qué no sabes que también estaban con descuento.

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viernes, 18 de noviembre de 2011

IV (INFLUENCIAS—LECTURAS: LA ESPONTANEIDAD DADAÍSTA)

IV (influencias-lecturas: La espontaneidad dadaísta)

“El arte es algo privado y el artista lo hace para sí mismo;
una obra comprensible es un producto de periodistas.”
-Samuel Rosenstock-


Me gusta observar la desnudez del helio, su pubis metálico, el ferrocarril pupilar cuando yace de espaldas devorando ofidios de un libro viejo:
No hay nada de nefasto, ni infante, en elucubrar el gorgoteo de anemia en mi tacto. Hay simbiosis más parásitas que un manojo de huesos y arterias, más cuando la mancha famélica avanza cual leyenda urbana carente de matices alegóricos, de argumentos tercermundistas. Es ese el complot del artista que debería ser demente, demente y mudo con la cicuta que mata embajadores sardónicos en vez de sócrates. Pero qué zapatos podrían llevarme al retorno del caos, si al final los túneles tenemos demasiada piel, y poca savia, si al final sigo en los mismos grados bajo cero. Si para ser artista ahora hay tornillos que ponerse, hamburguesas que tragarse como pelotas de béisbol. Si la lógica gobierna la mano que los masturba, entonces el artista es un quimérico orgasmo. Entonces qué soy sino.
Habrá que disecar la palabra que nace en las tinieblas, clavarla cual falos, fotocopiar su guiño. Porque es tan puta como un hombre enamorado, porque de incoherencias saldrán los nuevos vocablos.
El artista —finaliza la mujer de helio— es como mi grito, sólo existe cuando los oídos del mundo se atrofian.

Derechos Reservados © Dina Bellrham

III (LOS ESCRIBIDORES)

Hay una mesa paralela a un jardín arcaico. Yo extiendo mi regazo en las horas que dura el cielo sin su cinética de dinosaurios ególatras. De vez en cuando dejo las meninges escondidas en los bolsillos, porque me hastía su dolor huérfano en mi cráneo, su llanto circular y víctima, su complejo enano de fábula.
Entre el jardín y la mesa viven escribidores atrapados en smokings soñando el sueño que tuve hace dos siglos. Es muy tarde, yo me he ido, he dejado el cuerpo perforado, la sonrisa y su juerga muscular. No necesito pies para sembrar terror en las vías. Ni la péndola. Ni el papel calcinado entre mis dedos. Tengo dos libros en las sienes. La mujer de helio me enreda en sus piernas, mastica mis pezones hasta arrancarlos. Está enferma de rabia y con el perro atravesado en sus costillas.
Debo soportar sus días de témpano, desde acá observo a los escribidores abandonar el suicidio anticipado. Uno de ellos, tiene el corazón de virgen de estampilla. Cuando la mujer de helio llega al barrio de Midas, abre la boca y expulsa su globo. Se calza los huesos, nervios y arterias debajo de las piernas. Yo la espero. Deposito la lengua a su costado, mientras corro con las venas cual péndulos de sanatorios. Ella cura mis muñecas, adormece la anemia. Ella es fuerte. Ella apretará el gatillo en el desierto.

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II (LOS AMANTES)

El novio tiene miedo, hay helio en el cuerpo de la mujer que lo acompaña y lo oculta en sus rodillas. Hay matorrales en sus huellas, los pies fríos y el corazón de semillas. El novio la mira como un planeta de uñas, de lenguas extrañas, de rostros cosidos, de labios mordibles a vicios, de trenes, rocas.
La mujer de helio siempre busca al niño en las noches, cuando el perro duerme con las patas al cielo y el rabo al infierno. Las manos deambulan por la metrópolis de calles amputadas y veredas diminutas, simulan una araña escapando de una mosca —las sombras alteran la realidad—. El novio y la mujer de helio sonríen, besan sus tobillos; ella le dice que el mundo es una alfombra innecesaria (ella piensa en sus venas, cierra los ojos, aún están), se decapita antes de exponerse a calles desoladas, arranca la boca del novio y se la guarda para estrujarla en la casa de cinco pisos. La mujer de helio se desnuda al llegar a su cuarto, apaga las luces, llora dos vasos, maldice el catre vacío. El novio sólo es novio cuando se le llenan los ojos con helio. Desde ahora, ella en su casa y las alabardas, y él metido en su sombrero-refugio. Hasta el próximo encuentro. Cuando es tarde para la mujer de helio, cuando se ha tragado un pájaro erecto.
El novio, la mujer de helio, los cuerpos, las manos, el silencio, el mundo que hay en ella, sus ganas de abrirlo y de huir. La mujer de helio engulle al novio cuando no existe.

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I (EL HELIO)

Es verdad que la placenta me quedó chica cuando me arrancaron la raíz del ombligo. La gente desayuna gente y se abriga de huesos, tienen insectos interdactilares, hieden sus fosas nasales, sus mantos de mártires apocalípticos, desde el génesis que despegué las pestañas supe que había llegado al lugar equivocado.

Los vestidos y sus pinzas de seda ayer me dieron la espalda. Hay circunstancias en que siento que ando descerebrada, amortiguada de interrogantes. Las muñecas y las princesas me van dejando sola, como si adivinaran la nostalgia que me obnubila los dientes.

Muestro la máscara a la familia pequeña burgués que disimula rollos fantasmas, preocupada por las doce uvas frescas e hipertróficas y, espera que sean las cero horas para soltar las lágrimas contenidas tantos meses: yo los abrazo, les regalo las muelas y se las guardan en sus pelucas.

Me siento malvada por el abismo que gobierna entre mi taza de café y la de té de mi madre, sus manos de mundo y las mías de ciénagas; la ropa de mis hermanos y mis zapatos nuevos y pequeños; mis ojos de ramas y la pupila de estufa de mi padre, aún veo sus garras beodas de la infancia, y no tanta infancia: el miedo, las ganas de huir. Va en pausas el rostro de mamá, mamá se desviste, esconde heridas, los hijos son más importantes que el cuerpo mutilado de esquinas, de la infidelidad del ogro, ella lo quiere así.

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